La traición de un amigo
No sé si alguien alguna vez se ocupó de escribir esas reglas que todos conocemos. Esas que no son leyes de los hombres sino leyes del alma. Aquellas cuya vulneración hiere tanto al corazón propio como al ajeno.
Yo amé un día y fue mi tragedia. Amé sin fin a quien no me correspondía, pero ella, en una mezcla de crueldad y piedad nunca supo detener mi ansia, y yo, entre la estupidez y la locura, no pude tampoco abandonarla. Años tardé en arrancar la saeta de mi carne y años me duró la herida de esa flecha emponzoñada, cuya cicatriz, de tanto en tanto, duele con fuerza. Debe tratarse del dolor de la memoria...
Pero es una historia que no merece ahora ser contada.
De ese amor me queda otro mal recuerdo, el de uno de mis mayores amigos que alcanzado por la misma flecha tiempo después se ocupó de truncar el mayor de mis sueños, justo cuando más cerca de alcanzarlo me creía. Fue verdad silenciada, tanto hacía mi como hacia ella. No fue por ello verdad menos conocida dada su evidencia al menos a mis ojos. Fue una actitud siempre perdonada, pero no por ello dejó de herirme.
Defendí su nombre frente a ella en numerosas ocasiones. Ella sentía amistad por ambos, pero en privado me habló mal de mi amigo, siempre bajo ese prisma de maldad buena con el que ella miraba el mundo, siempre con esa capacidad suya de odiar y amar al mismo tiempo. Me habló de su triste infelicidad, de su inocencia pueril y de su torpeza emocional. Yo, pese a que sabía de su traición, respeté la amistad como primera ley, como primer mandamiento. Lo defendí convirtiendo sus defectos en virtudes, sus carencias en pureza. Lo hice con sinceridad. Fue incluso la primera y única vez que tuve que hablarle a ella de mal grado y decirle que lo terrible no eran sus juicios sino su forma de juzgar. Recuerdo sentirme morir los días siguientes por haber atacado con la palabra a mi ser mas preciado. Pero era cuestión de prelación de mandamientos, como ya he dicho...
Para él el amor paso como una tormenta de verano, para mi fueron (me da miedo decir son) mis hielos eternos. El se volvió a enamorar varias veces, como antes le había sucedido, y yo seguí encarcelado durante mucho tiempo. Hace unos días, comentando sus amores pasados, un tercero pronunció ese nombre maldito sin saber que yo no debía escucharlo. Y ese nombre removió en mi tantas cosas...
No me importa admitir ahora que sus juicios sobre él, en cierta medida son los míos, y siempre lo fueron, pero en aquel momento y en su boca, en esa linda boca suya, fueron también una afrenta personal.
Es un amigo, y lo quiero, a pesar de su triste infelicidad...